En mitad de la marea de mi cuarto,
despierto zarandeada por los recuerdos de anoche. Como ebria de algo
dulce que se torno rancio al pasar las horas....Qué diablos dejé
escapar. Mis labios se sienten ridículos, apretados fuertemente
contra la almohada. ¿Pomme? Maldito gato de ojos verdes mirándome
en la trasera del colegio. Tenía que haberlo devorado, ya ni los
estúpidos gatos me temen.
Soy cada vez más débil sobre esta balsa
de sábanas de franela. Débil, y, dolorosamente mortal. Se escapa
al ritmo de mis latidos el calor, y crecen rosas de hielo que se
esquirlan rasgando todos mis órganos. Cuanto más me abrazo, cuanto
más intento fundirme conmigo misma, más se clavan esas agujas de
hielo lacerante. ¡Salta, inútil!
Basta ya de lamentaciones, desgraciado
intento de reptil; nadie te va a regalar tus escamas.
Recuerdo todo, duele, duele como no
debería doler a un ser que nunca supo lo que era estar vivo. Olvida
para siempre que puedes ser querida, más allá del simple contacto.
Olvida que no eres un adorno, olvida que puedes renunciar a todo.
Olvida y mata.
El muñeco de trapo roto y
viejo del espejo me devuelve una mirada desolada y lena de reproche.
Mi piel está tornándose cada vez más amarilla, y mis ojos están
acorralados por ojeras. Y es tú culpa, solo tuya, haberte convertido
en la aberración que eres ahora: monstruo de feria, reptil de sangre
caliente. Entierro este despojo de misma bajo toneladas de pasta
rosada. No puedo permitir que vuelva a salir. Llego tarde. Máscara,
mochila, colmillos inyectados en estramonio, 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8 …
--Qué tengas un buen día mi
princesa—mi padre me desea desde el salón al sentir la puerta
abrirse. No puedo evitar sonreir, sus palabras son tan dulces que dan
algo de color a mis áridas mejillas.
La clase parece una burbuja aislada
en un océano revuelto. El cielo reclama la tierra con un ejército
caótico vestido de negro. Los arqueros aguardan la orden de
acribillarnos hasta que sus flechas inunden nuestra pequeña
resistencia.
Nadie me rodea, es
extraño. No debería ser así, necesitan destriparme, está en ello,
se alimentan de de mis mentiras. Algo extraño sucede.. Demasiadas
sorpresas para conmigo estos días, hacen peligrar mi posición de
máxima depredadora. Se percibe cierto olor a osadía de algunos de
los pupitres. Los arqueros disparan sus primeras flechas contra la
ventana.
--¿Sagara...? ¿Estás bien?
Ana, quién si no. Solamente quien no
conoce las reglas puede romperlas con tanta inocencia.
--Ayer te busqué, pero me dijeron que
no habías aparecido, y, me preocupé. ¿Pasó algo?
--Nada, nada, solamente estaba muy
cansada y tenía algo de fiebre, así que decidí irme a casa. No
dije nada porque no quería preocupar a nadie por tal tontería, pero
veo que fue inútil.
Su rostro muestra verdadera
preocupación, mezclada compasión, y, como no, enferma admiración.
Pobre polluelo.
--¿Pero estás bien, seguro? Quizás
no deberías haber venido, tú siempre te esfuerzas al máximo por
todos, pero a veces hay que abandonar.
Nunca.
--Que sí, que de verdad estoy
bien...-le dedico una sonrisa de media luna. --¿Qué querías?
Acaso... ¿jugar con nosotras al baloncesto?
La vergüenza hirviendo bajo su piel
me confirma que he acertado totalmente. Va a ser divertido juntar al
petirrojo con las glotonas gallinas de corral.
El cielo ha decidido darles a sus
arqueros unos minutos de descanso, mientras planea el siguiente
asedio. Reunidas sobre la tierra húmeda, mis compañeras esperan
indecisas. ¿Aparecerá su líder, o habrá que comenzar a luchar por
ocupar su lugar? Sin embargo, cuando finalmente llego, no son
capaces de restaurar sus roles de aduladoras. La llegada del
petirrojo les ha hecho olvidar las cuatro líneas del libretto. ¿Qué
hacía aquel bocado con patas entre gallinas hambrientas? En sus
mentes debían estar gritando “colapso“ sus neuronas. Una niña
pequeña y sin forma, sin más gracia que la de estar pérdida,
pisoteaba su campo casi sin poder mantener el equilibrio de
aterrorizada que estaba.
--Sagara, ¿qué significa esto?--me
preguntan entre susurros. Sin dejar de mirar con todo el amor del que
soy capaz a Ana, murmullo casi sin mover los labios.
--Hoy toca divertirse.
El balón empieza a volar. Brutal,
violento. Como un ave rapáz, de esquina a esquina del campo. Ana
apenas puede moverse, enjaulada por pases que no van dirigidos a
encestar.
--Vamos Ana, ¡muévete!
Me mira con los ojos de quién se
siente el mayor fraude en el que se pudo invertir. Siento sus
pulmones estrujarse. Le fallan el aire y las piernas, pero se gira
rápidamente,-- más rápidamente de lo que debería poder moverse--
e intenta atrapar, a la que en ese momento lleva el balón.
Es torpe, se tambalea, pero no
desiste, lucha contra una marea de gallinas que se ríen de ella.
Es adorable, dulce como el cabello de
ángel. Decido entrar en acción, arrebato el balón a la oponente
sin esfuerzo y avanzo hacia a la canasta.
--¡Ahora! ¡Ana! ¡Corre!
El pobre pajarillo corre intentando no
caerse hasta situarse enfrente de mi. Y libero al ave rapáz hacia
sus brazos. Esta destroza sus manos. Con un grito de dolor, el
pajarillo cae al suelo derribado, y el balón se escapa rebotando
acusador.
--¡Ana! ¿Estás bien?¡Hay qué ver
lo torpe que eres!--Río, y una cascada de risas me contesta desde el
coro. Ana, conteniendo al mar en sus ojos comienza a reírse también.
Pobre. Me gusta este pajarillo, aún intentando llegar a ser parte
del corral, duela lo que duela. Me pregunto si sería capáz de
perder todas sus plumas.
--Oye,--le digo a Ana una vez todas
las demás han desaparecido. ¿Te gustaría venir con nosotras mañana
también? Las chicas se lo han pasado muy bien jugando contigo.
Su mirada se ilumina como si hubiese
absorbido toda la luz del cielo de verano. En ese momento, comienza
otra vez el asedio. Un torrente de agua nos golpea cabeza y hombros.
Estamos lo suficientemente lejos del edificio como para correr a
refugiarse, así que agarro a Ana del brazo y la arrastro
apresuradamente bajo la tejavana de los vestuarios. Estamos
empapadas, con el pelo convertido en algas y los pies hundidos en
barro. Me mira, y descubro en sus ojillos negros una tierno
sobresalto inundado de regocijo. Estallo en carcajadas, y su voz me
sigue al instante. No puedo evitar atraerla hacia mi y a apretar su
cuerpecillo contra el mío. Empapadas, sucias, y, sudando, pese al
frío, permanecemos abrazadas tras una cortina de agua.
--Muchas gracias por lo de hoy Sagara.
Sus palabras casi inaudibles me
provocan una sonrisa dulce como aquellas que provocan los “Buenos
días” de mi padre. Pequeña, ojalá y tardes mucho en ser
devorada. Por favor, te lo ruego.
Continuará→
NanaGarcía/@Nanaringain