miércoles, 28 de enero de 2015

Sagara VIII


        En mitad de la marea de mi cuarto, despierto zarandeada por los recuerdos de anoche. Como ebria de algo dulce que se torno rancio al pasar las horas....Qué diablos dejé escapar. Mis labios se sienten ridículos, apretados fuertemente contra la almohada. ¿Pomme? Maldito gato de ojos verdes mirándome en la trasera del colegio. Tenía que haberlo devorado, ya ni los estúpidos gatos me temen. 
       Soy cada vez más débil sobre esta balsa de sábanas de franela. Débil, y, dolorosamente mortal. Se escapa al ritmo de mis latidos el calor, y crecen rosas de hielo que se esquirlan rasgando todos mis órganos. Cuanto más me abrazo, cuanto más intento fundirme conmigo misma, más se clavan esas agujas de hielo lacerante. ¡Salta, inútil!

       Basta ya de lamentaciones, desgraciado intento de reptil; nadie te va a regalar tus escamas.
Recuerdo todo, duele, duele como no debería doler a un ser que nunca supo lo que era estar vivo. Olvida para siempre que puedes ser querida, más allá del simple contacto. Olvida que no eres un adorno, olvida que puedes renunciar a todo. Olvida y mata.

        El muñeco de trapo roto y viejo del espejo me devuelve una mirada desolada y lena de reproche. Mi piel está tornándose cada vez más amarilla, y mis ojos están acorralados por ojeras. Y es tú culpa, solo tuya, haberte convertido en la aberración que eres ahora: monstruo de feria, reptil de sangre caliente. Entierro este despojo de misma bajo toneladas de pasta rosada. No puedo permitir que  vuelva a salir. Llego tarde. Máscara, mochila, colmillos inyectados en estramonio, 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8 …

           --Qué tengas un buen día mi princesa—mi padre me desea desde el salón al sentir la puerta abrirse. No puedo evitar sonreir, sus palabras son tan dulces que dan algo de color a mis áridas mejillas.

         La clase parece una burbuja aislada en un océano revuelto. El cielo reclama la tierra con un ejército caótico vestido de negro. Los arqueros aguardan la orden de acribillarnos hasta que sus flechas inunden nuestra pequeña resistencia.

         Nadie me rodea, es extraño. No debería ser así, necesitan destriparme, está en ello, se alimentan de de mis mentiras. Algo extraño sucede.. Demasiadas sorpresas para conmigo estos días, hacen peligrar mi posición de máxima depredadora. Se percibe cierto olor a osadía de algunos de los pupitres. Los arqueros disparan sus primeras flechas contra la ventana.

           --¿Sagara...? ¿Estás bien?

        Ana, quién si no. Solamente quien no conoce las reglas puede romperlas con tanta inocencia.

          --Ayer te busqué, pero me dijeron que no habías aparecido, y, me preocupé. ¿Pasó algo?
          --Nada, nada, solamente estaba muy cansada y tenía algo de fiebre, así que decidí irme a casa. No dije nada porque no quería preocupar a nadie por tal tontería, pero veo que fue inútil.

       Su rostro muestra verdadera preocupación, mezclada compasión, y, como no, enferma admiración. Pobre polluelo.

          --¿Pero estás bien, seguro? Quizás no deberías haber venido, tú siempre te esfuerzas al máximo por todos, pero a veces hay que abandonar.
       Nunca.

          --Que sí, que de verdad estoy bien...-le dedico una sonrisa de media luna. --¿Qué querías? Acaso... ¿jugar con nosotras al baloncesto?

         La vergüenza hirviendo bajo su piel me confirma que he acertado totalmente. Va a ser divertido juntar al petirrojo con las glotonas gallinas de corral.

         El cielo ha decidido darles a sus arqueros unos minutos de descanso, mientras planea el siguiente asedio. Reunidas sobre la tierra húmeda, mis compañeras esperan indecisas. ¿Aparecerá su líder, o habrá que comenzar a luchar por ocupar su lugar? Sin embargo, cuando finalmente llego, no son capaces de restaurar sus roles de aduladoras. La llegada del petirrojo les ha hecho olvidar las cuatro líneas del libretto. ¿Qué hacía aquel bocado con patas entre gallinas hambrientas? En sus mentes debían estar gritando “colapso“ sus neuronas. Una niña pequeña y sin forma, sin más gracia que la de estar pérdida, pisoteaba su campo casi sin poder mantener el equilibrio de aterrorizada que estaba.
          --Sagara, ¿qué significa esto?--me preguntan entre susurros. Sin dejar de mirar con todo el amor del que soy capaz a Ana, murmullo casi sin mover los labios.
          --Hoy toca divertirse.

         El balón empieza a volar. Brutal, violento. Como un ave rapáz, de esquina a esquina del campo. Ana apenas puede moverse, enjaulada por pases que no van dirigidos a encestar.

          --Vamos Ana, ¡muévete! 

        Me mira con los ojos de quién se siente el mayor fraude en el que se pudo invertir. Siento sus pulmones estrujarse. Le fallan el aire y las piernas, pero se gira rápidamente,-- más rápidamente de lo que debería poder moverse-- e intenta atrapar, a la que en ese momento lleva el balón.
Es torpe, se tambalea, pero no desiste, lucha contra una marea de gallinas que se ríen de ella.
Es adorable, dulce como el cabello de ángel. Decido entrar en acción, arrebato el balón a la oponente sin esfuerzo y avanzo hacia a la canasta.

         --¡Ahora! ¡Ana! ¡Corre!

       El pobre pajarillo corre intentando no caerse hasta situarse enfrente de mi. Y libero al ave rapáz hacia sus brazos. Esta destroza sus manos. Con un grito de dolor, el pajarillo cae al suelo derribado, y el balón se escapa rebotando acusador.

          --¡Ana! ¿Estás bien?¡Hay qué ver lo torpe que eres!--Río, y una cascada de risas me contesta desde el coro. Ana, conteniendo al mar en sus ojos comienza a reírse también. Pobre. Me gusta este pajarillo, aún intentando llegar a ser parte del corral, duela lo que duela. Me pregunto si sería capáz de perder todas sus plumas.

         --Oye,--le digo a Ana una vez todas las demás han desaparecido. ¿Te gustaría venir con nosotras mañana también? Las chicas se lo han pasado muy bien jugando contigo.

       Su mirada se ilumina como si hubiese absorbido toda la luz del cielo de verano. En ese momento, comienza otra vez el asedio. Un torrente de agua nos golpea cabeza y hombros. Estamos lo suficientemente lejos del edificio como para correr a refugiarse, así que agarro a Ana del brazo y la arrastro apresuradamente bajo la tejavana de los vestuarios. Estamos empapadas, con el pelo convertido en algas y los pies hundidos en barro. Me mira, y descubro en sus ojillos negros una tierno sobresalto inundado de regocijo. Estallo en carcajadas, y su voz me sigue al instante. No puedo evitar atraerla hacia mi y a apretar su cuerpecillo contra el mío. Empapadas, sucias, y, sudando, pese al frío, permanecemos abrazadas tras una cortina de agua.

         --Muchas gracias por lo de hoy Sagara.


      Sus palabras casi inaudibles me provocan una sonrisa dulce como aquellas que provocan los “Buenos días” de mi padre. Pequeña, ojalá y tardes mucho en ser devorada. Por favor, te lo ruego.

                                                                           Continuará

           NanaGarcía/@Nanaringain

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