lunes, 1 de septiembre de 2014

Strangers on a train.

       Hacía tanto calor allí dentro, tanto calor hacía, que parecía que fuese a estallar una tormenta de esas que echan a perder las cosechas. Ojalá. La humedad y la presión estaban alcanzando tal nivel, que eran capaces de pintar las ventanas con vaho. Hora punta hacia la playa, mediodía de verano en un tren de vía estrecha. Familias enteras sentadas sobre las enormes fiambreras; mochilas a la espalda, en el regazo, sobre la cabeza...¿los niños? Sobre o bajo la carpa formada por los padres, que aferrados a la barra intentan no caerse con cada curva o bache. El peligro, sin embargo reside en la mesa, hamacas y sombrillas que no tienen con que sujetarse. Hace calor, el viaje es largo, huele a sudor, una pila de maletas se ha caído unas cuantas cabezas más allá. El llanto es un látigo de siete puntas en los tímpanos, '¡Papá..!¡Papá..!       
        Puedo figurarme el sentimiento general de los pasajeros. Pese a que algunos hayan logrado 'escapar' de la lata  imaginándose que son Sardinas frescas del Cantábrico, el berreo de un niño cansado y enfadado con sus padres —que quiere hacerles pagar por las incomodidades de viajar en turista—,  es un fenómeno inmisericorde. Inmisericorde por el instinto asesino que despierta en sus víctimas. Pobre niño, tanto odio para tan pocos centímetros.
        Sin embargo, de entre todas las caras que puedo distinguir en el vagón, una, una sola, sonríe. Un hombre de oriente medio, de nariz carnosa y poros dilatados. Sus vivos ojos negros capturan mi mirada al instante. Le basta como tácito disparo de salida para entablar conversación conmigo.
         —¡Buenos pulmones el pequeño!
         —Para goce y disfrute de sus padres, yo preferiría escucharlo más adelante, con unos cuantos años de técnica coral.
              He contestado con cara de póker, mirando sin mirar por la ventan. Reconozco que el hombre me ha puesto nerviosa. Hoy día, las conversaciones con extraños solo se dan entre niños, viejos, locos y borrachos. Los pequeños carbones que tiene por ojos saltan demasiado alegremente para estar ebrios. Descartado. No fue ayer cuando dejó de beneficiarse del carnet joven, pero aún le falta para disfrutar de los descuentos de la 3ª edad. Descartado. Solo entra en la categoría de 'loco', pero no puedo distinguir si en el subíndice 'inofensivo' o 'peligroso'.
Ajeno a mi examen dicotómico -espero-, vuelve a la carga.
               —¡Ay, los hijos! Llenan de ilusiones a sus padres, y luego, tienen que cumplir no sus propios sueños, sino los de quienes les dijeron, ''cariño, vas a llegar lejos''.
           El hombre tiene una sonrisa amable, las mejillas generosas y las cejas espesas. Parece buena persona. Tal vez no esté loco y solo sea sociable.
               —Seguro que tus padres están muy orgullosos de ti. Una chica tan guapa e inteligente.
          Adiós. Esa última frase ha activado todas las alarmas de mi columna vertebral. Demasiados piropos sin fundamento, mi corazón se va a salir de mi pecho de puro miedo. Intento callar con una mueca—una serte de sonrisa— la voz que grita ''¡violador!¡violador!''.
Debo disimular, seguir hablando, ser amable, y rezar porque no se baje en la misma estación que yo.
                —Jajaja. Demasiados halagos para una desconocida. Dudo que puedas adivinar si soy o no inteligente con solo intercambiar una frase.
                —No una frase sino las decenas que has escrito durante la última hora.
            Cierto, estaba terminando un ensayo sobre moral y comportamientos sociales. El tipo me había estado observando. Demasiado miedo.                    
                 —¡Imposible! ¿Cómo has podido leer algo si estaba frente a ti?
                 —La ventana, leía en el reflejo.
                 —Eso sí que es verdaderamente impresionante. ¿Porqué perder el tiempo leyendo al revés lo que escribe una cría? No es lo suficientemente bueno para semejante esfuerzo.
                  —¡Para matar el tiempo! Si no lo matase, el me mataría a mi...
             Empieza a interesarme el sujeto. La curiosidad vence al miedo. Tanto si es peligroso como si no, no tengo otra que compartir el trayecto con él, así que, disfrutemos de la conversación.
                    —¿Y hoy? ¿Porqué has elegido el tren como matadero?

No hay comentarios:

Publicar un comentario